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EL RAPTO DE SHUNKA


 Hoy os voy a contar una bonita leyenda lakota.

Shunka gimió al sentirse bruscamente dentro de un saco de piel. Apenas había despertado y se encontraba asida por el cuello y secuestrada en la misma guarida de sus padres.

Al principio pensó que estaba soñando acurrucada dentro de la cálida cueva, acurrucada junto a sus hermanos. Ella siempre se había sentido protegida bajo las raíces del gran abeto. Los retoños del árbol habían formado un círculo grueso a su alrededor, proporcionando un buen lugar para ocultar a una familia con cuatro peludos cachorros. Eso era lo que los padres de Shunka creían.

La realidad es que Shunka no estaba soñando, sus padres se habían ido de caza y habían dejado a su hermano a cargo de los cachorros, pero éste era muy joven y no tenía experiencia suficiente para realizar esa tarea. Se distrajo jugueteando con una ardilla que correteaba por un tronco caído cuando una extraña criatura había llegado al campamento de los lobos, atrapando a Shunka y a uno de sus hermanos. Los otros cachorros se ocultaron al fondo de la guarida y no fueron alcanzados.

Shunka y su hermano fueron empujados y golpeados mientras eran cargados en sacos a hombros de esas extrañas criaturas. Pasado un tiempo, Shunka logró asomarse por encima del del hombro de la criatura de dos piernas que la transportaba y vio algo que no conocía y que le pareció asombroso. En una pradera había un grupo de refugios, altos como los árboles, formando un círculo con entradas situadas al este, hacia el sol naciente.

Muchas criaturas de dos piernas salieron corriendo a saludar a las abuelas que regresaban al campamento. Todo lo que allí sucedía era nuevo para Shunka, sonidos y olores desconocidos ya que solo había conocido el olor a tierra de su guarida, el aroma lechoso y dulce de su madre y, cuando ya le habían brotado los dientes, el olor a la carne agria que su padre regurgitaba como desayuno para sus hijos todas las mañanas.

Por culpa de ese olor las abuelas habían encontrado su guarida. De repente, Shunka notó como era bruscamente depositada en el suelo. A su lado gemía su hermano asustado y confundido. «No te preocupes» le susurró, «nos tenemos el uno al otro y yo estaré contigo, Di Huká, no tengo miedo».

Pero les separaron y Shunka fue a vivir con la abuela Unchí, que le habló suavemente: «toma», dijo la abuela cogiendo del fuego unos trozos de carne que olían muy bien y se los dio a la loba.

A continuación le dijo: «estoy muy contenta de haberte encontrado, eres un gran regalo para mi y de ahora en adelante tendré a alguien que me ayude y una amiga que me haga compañía».

Así fue como Shunka fue separada de su familia como una winú, una prisionera, y forzada a vivir en la aldea de las criaturas de dos piernas para el resto de su vida. Pero la abuela Unchí fue bondadosa con ella y alababa y reconocía su trabajo.

Cuando Shunka tuvo su propia familia, ella llegó a ser una especia de hunka para los dos piernas, porque se convirtió en un pariente por elección, y todos sus hijos y nietos también lo fueron. Héchetu yeló. Eso es cierto.

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